lunes, 14 de abril de 2014

Desfase de 15 segundos en nuestro cerebro evita que alucinemos con la realidad cotidiana

¿La realidad puede ser alucinante en sí misma? Por nuestra vida diaria pensaríamos que no. Cotidianamente vivimos en la normalidad, un estado cuyas características aprendemos a reconocer mejor cuando lo confrontamos con otro, por ejemplo, el mundo del sueño, o el de las sustancias psicoactivas y las fabulaciones que provocan.

Sin embargo, esto se debe a una función de nuestro cerebro. Si por un momento nos detenemos a registrar cada uno de los cientos o miles de estímulos sensoriales que coexisten en un solo fragmento de realidad, nos daremos cuenta de que esta es suficientemente delirante por sí misma, sólo que evolucionamos para no aprehenderlo de esa manera.

De acuerdo con un estudio llevado a cabo por los investigadores David Whitney, de la Universidad de California en Berkeley, y Jason Fischer, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), nuestro cerebro cuenta con una especie de filtro que nos protege contra la locura y la alucinación. Se trata de un retraso de entre 10 y 15 segundos entre la recepción de los estímulos visuales del mundo (colores, formas, matices, diferencias de perspectiva, etc.) y la comprensión de los mismos.

“Lo que estás viendo en este momento presente no es una imagen instantánea del mundo sino un promedio de lo que has visto en los últimos 10 a 15 segundos”, dijo Jason Fischer, de MIT. “Esto es sorprendente, ya que muestra que nuestro cerebro sacrifica la precisión a favor de la continuidad y la estabilidad perceptual de los objetos”, agrega Whitney.


Esto significa que, en cierto modo, eso que llamamos realidad y que en esencia es una creación de nuestra percepción, es también una mezcla de pasado y presente, pues lo que vemos en cierto modo ya transcurrió, ya existió bajo una forma cuando lo consideramos aprehensible. Nuestro cerebro funciona como una computadora que sintetiza matemáticamente el flujo de la realidad para que pueda operar con cierta estabilidad. Al hacer esto, sin embargo, obliga a que no percibamos el mundo como tal, sino como una constante edición de las cosas. 

De acuerdo con los científicos, de no contar con esta función nuestra manera de experimentar la realidad sería un tanto parecida a lo que sucede bajo los efectos de sustancias alucinógenas: cambios súbitos e imprevisibles de colores, juegos de sombras, explosiones de luz, flujos caóticos y otras consecuencias de la percepción liberada.




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