lunes, 12 de diciembre de 2011

Madrid: Un búnker nuclear contra las radiaciones


El Hospital Gregorio Marañón cuenta con la única planta de España para tratar a pacientes contaminados. Totalmente blindado y en el subsuelo, este centro está preparado para alertas atómicas.
No se trata de una cárcel, ni mucho menos, aunque sus pasillos laberínticos y su capacidad para blindarse de cualquier amenaza externa ofrecen de este lugar el aspecto claustrofóbico y lúgubre de una antigua prisión. Pocos saben de su existencia, aunque miles de personas pisan sobre él a lo largo del día. En pleno centro de Madrid, escondido en el subsuelo, yace el único búnker antinuclear que existe en España. Más de 860 metros cuadrados preparados para la atención de pacientes en caso de desastre nuclear.
Parece que las probabilidades de que España se vea envuelta en un fenómeno tan devastador como el que ocurrió en Chernóbil o, más recientemente, en Fukushima son pocas. Pero, “hay que estar preparados”. Lo advierte el jefe del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Gregorio Marañón, Rafael Herranz, el encargado de engrasar este complejo engranaje antinuclear capaz de hacerle frente a la más virulenta de las radiaciones.
Se trata del Centro de Radiopatología de este hospital madrileño, toda una planta subterránea situada bajo el jardín de la Unidad de Oncología, capaz de atender a pacientes en caso de emergencia. El doctor Herranz abre a LA GACETA la puerta de doble hoja que aisla a este escudo antirradiaciones, formado por 12 habitaciones individuales, un quirófano y un laboratorio.
“Aquí estamos perfectamente protegidos”, comenta tranquilo este especialista mientras pasa por uno de los dosímetros colocados en la pared que mide en todo momento el nivel de radiación dentro de la planta. Paradójicamente, en los pasillos de esta unidad hay menos contaminación –1 milisiever (msv)– que en la calle, donde los niveles de radiación ambiental pueden superar los 3-3,5 msv. Las fuertes paredes –con un grosor tres veces mayor que los muros convencionales– y el chapado plomado de todos los materiales de este lugar explican el especial blindaje.
Desde 1984 –año de su inauguración–, por las habitaciones de este miniestado antinuclear han pasado más de 2.200 personas, la mayoría trabajadores de centrales nucleares y de otras industrias en las que la exposición a las radiaciones es alta. Para el tratamiento de los enfermos ingresados hay tres premisas: “Aislamiento, descontaminación y seguimiento”, explica Herranz. Los profesionales que están al servicio de esta unidad también siguen unas instrucciones.
“La norma es entrar a las habitaciones lo justo, siempre a un metro de distancia y con el vestuario de protección”, cuenta Marga Hernanz, una de las enfermeras del servicio. Su escudo antinuclear consiste en un delantal plomado que protege los órganos vitales, y en un dosímetro personal que controla en todo momento la radiación a la que se exponen.
Los pacientes, totalmente aislados del exterior, pueden comunicarse con sus familiares como rehenes. La unidad cuenta con toda una red cerrada de comunicación, similar a la de las prisiones, que conecta mediante una televisión y un teléfono cada una de las habitaciones con la sala de visitas. El material que utilizan los enfermos es rápidamente descontaminado. “Las tuberías desembocan en depósitos donde se elimina la radiación. Sus batas o cubiertos se queman”, informa Herranz.
Durante estos años, se han analizado 105 casos de personas sospechosas de radiación, de las que 98 resultaron negativos y siete, positivos. “Uno de ellos tenía un nivel de radiación de 1 sv. Venía de la industria automovilística. Estuvo seis años en vigilancia”, cuenta el jefe de la unidad. Pero, por las manos de este doctor han pasado también 140 personas que presenciaron el accidente de Chernóbil y otras tantas de Fukushima. “Ninguna estaba afectada. Lo importante es informar a la gente y tranquilizarla”, sostiene.
Sin embargo, si España vive un desastre nuclear de esas magnitudes, ¿estaríamos preparados? “Este hospital está capacitado sólo para bajas mínimas”, admite Herranz. Aun así, en la unidad confían en que nunca tengan que abrir las puertas de su búnker para atender una alerta nuclear como la de Japón.

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