El metano geológico se filtra a través de las fisuras en el permafrost que ya se está derritiendo, y de los glaciares en retroceso de Alaska y Groenlandia, según las conclusiones de un nuevo estudio que, por primera vez, documenta una actividad bastante generalizada de estas fuentes terrestres de emisión de metano geológico en el Ártico.
En el pasado, los investigadores se han encontrado a menudo con el caso de que, a medida que el permafrost se deshiela, la materia orgánica, de vegetales o animales muertos, que se congeló mucho tiempo atrás, se descompone y como consecuencia de ello se libera metano a la atmósfera.
En esencia, el permafrost (o permahielo) es hielo mezclado con partículas minerales y orgánicas, y en bastantes terrenos de zonas frías del mundo forma una capa que yace en el subsuelo. Allí está lo bastante protegida de los rayos del Sol como para que buena parte del material permanezca congelado de manera ininterrumpida durante miles o incluso millones de años.
El equipo de la investigadora Katey Walter Anthony, de la Universidad de Alaska en Fairbanks, ha comprobado ahora que a medida que el permafrost se funde y los glaciares se retiran, se abren más vías para que masas de gas metano atrapado a mayor profundidad suban hasta la superficie y se liberen en la atmósfera. Y esos conductos podrían ser muchísimo más numerosos si las temperaturas mundiales continúan aumentando hasta alcanzar valores altos.
En el Ártico, el “tapón” que mantiene encerrado a ese metano ejerce una función similar a la de la tierra que mantiene sepultados a los yacimientos de carbón o gas natural. A medida que el permafrost se derrite y los glaciares se retiran, el tapón que conforman va perdiendo su capacidad de aislamiento, y se abren fisuras por las que el metano asciende hasta escapar a la atmósfera.
Walter Anthony y su equipo observaron el fenómeno en lagos en Groenlandia y en Alaska. Comprobaron que allá donde había columnas de gas metano ascendiendo con rapidez a la superficie, también se formaban zonas de agua, las cuales, en otras circunstancias, serían masas de hielo.
Para cuantificar el fenómeno, los investigadores hicieron reconocimientos aéreos y también in situ, en zonas de Alaska y Groenlandia.
En total, inspeccionaron cerca de 7.000 lagos desde el aire, e identificaron a 77 de ellos como sitios donde muy probablemente había escapes de metano que liberaban a este gas en la atmósfera.
Agujero realizado por el metano en Alaska. (Foto: Katey Walter Anthony)
Luego, los científicos visitaron 50 de estos lagos para confirmar la presencia de estas fugas de metano y para tomar muestras del gas ascendiendo en forma de burbujas a través del agua.
Más tarde, analizaron las muestras y determinaron que la fuente del gas es geológica, y no el resultado de la descomposición de material orgánico. La mayor parte de los surtidores de metano estaban en la zona continua del permafrost, en el norte de Alaska y en la región centro-sur del mismo estado, donde los glaciares están retrocediendo. En Groenlandia, tales surtidores sólo fueron hallados en las áreas donde la capa de hielo ha estado menguando durante los últimos 150 años.
El metano es importante en el clima global porque es un gas con un potente efecto invernadero. Su eficacia al retener el calor atmosférico es más de 20 veces mayor que la del dióxido de carbono.
Según los datos de este estudio, el metano geológico que escapa de terrenos de Alaska puede significar aproximadamente 250.000 toneladas extra de metano agregadas a la atmósfera cada año. No parece mucho, si lo comparamos con la estimación de que la descomposición orgánica en el fondo de lagos de Alaska libera cerca de tres veces esa cantidad. Sin embargo, un cuarto de millón de toneladas son mucho metano extra, y por otra parte, tal como Walter Anthony advierte, esas cifras no incluyen los microescapes de metano geológico, que, sumados al citado recuento podrían hacer que el conjunto de las fuentes geológicas de metano prácticamente igualase al de las fuentes orgánicas, en toneladas anuales de metano emitido a la atmósfera.
En la investigación también han trabajado Peter Anthony y Guido Grosse, de la Universidad de Alaska en Fairbanks, y Jeffrey Chanton, de la Universidad Estatal de Florida.
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