En una versión árabe del origen de las Pirámides, se atribuye su construcción al rey antediluviano Surid: éste, habiendo sido advertido por una señal de la inminencia del Diluvio, las hizo edificar según el plano de los sabios, y ordenó a los sacerdotes que depositaran en ellas los secretos de sus ciencias y los preceptos de su sabiduría. Ahora bien, se sabe que Henoch o Idris, asimismo antediluviano, se identifica con Hermes o Thoth, quien representa la fuente de la cual el sacerdocio egipcio recibía sus conocimientos y, por extensión, a este sacerdocio mismo en tanto que continuador de idéntica función de enseñanza tradicional; así pues, se trata nuevamente de la misma ciencia sagrada, la cual, en este caso también, habría sido depositada en las Pirámides.Por otro lado, este monumento destinado a asegurar la conservación de los conocimientos tradicionales, en previsión del cataclismo, recuerda aún otra historia bastante conocida, la de las dos columnas levantadas, según unos precisamente por Henoch, según otros por Seth, y sobre las que habría sido inscrito lo esencial de todas las ciencias: la mención que aquí se hace de Seth nos conduce a aquél personaje de quien se dice que la segunda Pirámide fue su tumba.
En efecto: si éste fue el Maestro de Seyidna Idris, no puede haber sido otro que Seyidna Shîth, es decir Seth, hijo de Adán; es cierto que autores árabes antiguos le designan con los nombres, en apariencia extraños, de Aghatîmûn y Adhîmûn; pero estos nombres no son visiblemente más que deformaciones del griego Agathodaimôn, que, refiriéndose al simbolismo de la serpiente considerada bajo su aspecto benéfico, se aplica perfectamente a Seth, según lo hemos explicado en otra ocasión.La particular conexión que de este modo se establece entre Seth y Henoch es a su vez muy notable, tanto más cuanto que por otra parte también a uno y a otro se les pone en relación con ciertas tradiciones relacionadas con un retorno al Paraíso terrestre, es decir al “estado primordial”, y, consecuentemente, con un simbolismo “polar” que no deja de tener cierto vínculo con la orientación de las Pirámides; pero esto también es otra cuestión, y señalaremos solamente al pasar que este hecho, implicando con bastante claridad una referencia a los “centros espirituales”, tendería a confirmar la hipótesis que hace de las Pirámides un lugar de iniciación, cosa que, por otra parte, no habría sido al fin y al cabo más que el medio normal de mantener “vivos” los conocimientos que en ellas se habían incluido, por lo menos durante tanto tiempo como esta iniciación subsistiera.Añadamos aún otra observación: se dice que Idris o Henoch escribió numerosos libros inspirados, después de que el propio Adán y Seth ya hubieran escrito otros; estos libros fueron los prototipos de los libros sagrados de los egipcios, y los Libros herméticos más recientes no representan en cierto modo más que una “readaptación”, igual como también los distintos Libros de Henoch que han llegado con este nombre hasta nosotros.
Por otra parte, los libros de Adán, Seth y Henoch debían expresar naturalmente, de manera respectiva, diferentes aspectos del conocimiento tradicional, implicando una relación más especial con tales o cuales ciencias sagradas, como sucede siempre con la enseñanza transmitida por los distintos Profetas. Podría ser interesante preguntarse, teniendo esto en cuenta, si no habría algo que correspondiera en cierta manera a estas diferencias, por lo que respecta a Henoch y Seth, en la estructura de las dos Pirámides de las que hemos hablado, e incluso también, si es que entonces la tercera Pirámide no podría tener igualmente alguna relación con Adán, pues, aunque no hayamos encontrado en ninguna parte una alusión explícita a ello, sería en resumen bastante lógico suponer que debiera completar el ternario de los grandes profetas antediluvianos. Desde luego, no pensamos de ninguna manera que estas cuestiones sean de aquellas susceptibles de resolverse actualmente; al fin y al cabo, todos los “investigadores” modernos están por así decirlo casi exclusivamente “hipnotizados” con la Gran Pirámide, pese a que, después de todo, esta no sea en realidad tanto más grande que las otras dos como para que la diferencia sea muy llamativa; y cuando aseguran, para justificar la excepcional importancia que le atribuyen, que es la única que está orientada exactamente, tal vez cometan el error de no reflexionar en que ciertas variaciones en la orientación podrían muy bien no deberse simplemente a alguna negligencia de los constructores, sino estar reflejando precisamente alguna cosa relacionada con distintas “épocas” tradicionales; pero ¿cómo podría esperarse que unos occidentales modernos dispongan, para dirigirlos en sus investigaciones, de unas nociones mínimamente justas y precisas sobre cosas de este género?Otra observación que tiene también su importancia, es que el nombre mismo de Hermes está lejos de ser desconocido para la tradición árabe y, ¿no hay que ver más que una “coincidencia” en la similitud que presenta con la palabra Haram (en plural Ahrâm), designación árabe de la Pirámide, de la que no difiere más que por el simple añadido de una letra final que no forma parte de su raíz? A Hermes se le llama El-muthalleth bil-hikam, literalmente “triple por la sabiduría”, lo que equivale al epíteto griego Trismegistos, aun siendo más explícito, pues la “grandeza” que expresa este último no es, en el fondo, sino la consecuencia de la sabiduría que es el atributo propio de Hermes.
Por otra parte esta “triplicidad” tiene aún otro significado más, pues se la encuentra desarrollada en ocasiones bajo la forma de tres Hermes distintos: al primero, llamado “Hermes de los Hermes” (Hermes El-Harâmesah), y considerado como antediluviano, es al que se identifica propiamente con Seyidna Idris; los otros dos, que serían postdiluvianos, son el “Hermes babilónico” (El-Bâbelî) y el “Hermes egipcio” (El-Miçrî); esto parece indicar con bastante claridad que las tradiciones caldea y egipcia se habrían derivado directamente de una sola y misma fuente principal, la cual, dado el carácter antediluviano que se le reconoce, apenas puede ser otra que la tradición atlante.
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